
Tenía un contrato de supervisor de mantenimiento mecánico en una empresa de timos legales, podrían haber definido el empleo de cualquier otra forma, la realidad es que era un recadero a sueldo de un ladronzuelo ávaro, lo único honrado que hace el viejo es pagar sus impuestos; pero como en todos los aspectos de su vida es un tramposo, ha creado otra empresa para hacer trasvase de capitales y rebajar su contribución estatal. No exagero, el tipo es un mezquino miserable que trata como si fueran ratas a todos sus empleados, genera tanta desdicha a su alrededor como ganancias en su cuenta corriente, ha descubierto que amargar la vida a sus empleados es rentable y se dedica a ello con una voluntad inquebrantable.
Una tarde me dijo emocionado que la felicidad era mirar el último número del extracto del banco...
Al menos el sueldo no estaba del todo mal, durante aquellos meses me llegó para pagar la habitación en un piso compartido, fumar costo a diario y pillar rulas los fines de semana.
Solía ir en la furgoneta con Gastón para recoger o llevar los paquetes. Gastón el chileno, por entonces llevaba sólo dos años en España, tuvo en su país una empresa de reparaciones informáticas que quebró arrastrada por una de las habituales crisis económicas que sufrían allí, eso me dijo. Sin embargo en la empresa no era menospreciado por ser inmigrante, estaba exactamente igual de puteado que cualquiera de nosotros, justo hasta el límite de lo soportable. Andando por allí recordaba la historia del defecto en el termostato de la rana. Lanzada sobre agua hirviendo salta para escapar, si la temperatura sube gradualmente muere cocida. En la oficina éramos todos ranas, aguantábamos el tipo con el agua siempre a punto de ebullición.
De camino a cumplir con alguna tarea estúpida encendíamos los porros que llevaba en el paquete de tabaco, oíamos la radio y él se divertía apuntando con el dedo como arma a las transeúntes. Ojo cerrado, seguimiento y disparo. Sus fantasías de eliminación sistemática ni me hacían gracia ni me disgustaban, sólo tenía la vaga sensación de estar inmiscuyéndome en algo personal, fumando reclinado en el asiento miraba hacia otro lado, lo dejaba jugar a matar como si estuviese resolviendo asuntos íntimos que no me concernían.
Por mi parte nunca he tenido nada que recriminarle, siempre me pareció un tío bastante competente. A pesar de que era él quien conducía siempre accedía cuando le pedía que buscásemos en la radio las rutas con más tráfico. A ambos nos resultaba estimulante sabotear a nuestro empleador, aún de una forma tan leve; pero sobre todo, sabíamos que en un atasco podíamos escuchar música mientras fumábamos tranquilamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario